Mi experiencia con Whole30: del permiso incondicional a la libertad alimentaria
Del permiso incondicional a la libertad alimentaria
Hace unas semanas decidí darme la oportunidad de hacer el programa Whole30. No lo viví como una dieta, ni como una imposición, sino como una experiencia de observación, cuidado y reto personal. Durante 30 días me comprometí a dejar fuera el pan, el azúcar, los cereales y los productos procesados, centrándome en alimentos reales, sencillos y nutritivos.
Los cambios en mi cuerpo fueron evidentes: noté una piel más luminosa, una sensación de ligereza y una energía diferente en mi día a día. Pero lo más profundo no fue lo físico, sino el desafío interno que me supuso.
Después de casi dos años de trabajar en la sanación de mi relación con la comida, en los que me regalé un permiso incondicional para comer lo que quisiera, cuando quisiera, este proceso me mostró algo nuevo. Durante ese tiempo de sanación aprendí a quitarme la culpa, a no prohibirme nada, a reconciliarme con los alimentos que durante años había visto como “enemigos”. Esa etapa fue necesaria y sanadora: necesitaba permitírmelo todo para poder salir del círculo de restricción y exceso.
Sin embargo, el Whole30 me enseñó que había llegado a otro punto del camino. Me di cuenta de que ese permiso incondicional había cumplido su función, y que ahora podía dar un paso más. Entendí que cuidarme no es prohibirme, sino elegir conscientemente. Y que cada día tengo la posibilidad de decidir qué quiero poner en mi plato, ya no desde una herida que necesita sanar, sino desde un lugar de amor y cuidado profundo hacia mi cuerpo.
Lo más desafiante fue, sin duda, no comer pan ni azúcar. Dos alimentos que durante mucho tiempo habían sido parte de mi refugio emocional. Y al renunciar a ellos durante 30 días, pude observar cómo me relacionaba con el deseo, con la espera, con la incomodidad y también con la claridad que viene cuando no dependemos de ellos. Fue un espejo que me mostró cuánto había avanzado.
Hoy siento que el camino de sanar mi relación con la comida ha llegado a un cierre natural. Ya no estoy en lucha, ni en terapia constante con lo que como. Ahora el camino es otro: vivir desde la libertad alimentaria. Elegir cada día qué comer no desde la necesidad de reparar algo roto, sino desde la alegría de cuidarme, de nutrirme, de estar en coherencia con lo que necesito y deseo de verdad.
Para mí, Whole30 no ha sido un final, sino una transición. El recordatorio de que después del permiso viene la elección. Y que en esa elección diaria está la verdadera libertad.